November 22, 2006

Del tránsito que se trasciende intransitivo y algo más

La pregunta por la realidad, enigmática como el saber de nuestros límites del conocimiento.

¿Qué es la realidad? El afán de querer hablar de lo inefable, ha recorrido un largo camino a través de distintos pensadores en el campo de la filosofía. Trabajando bajo el supuesto del concepto, Lévinas habla de dos facetas cognoscibles. La primera se encuentra en la capacidad del ser humano. A partir de un objeto A, interviene el hombre para "conocerlo". Destaca ciertas características del objeto A y los traduce en su mente como una representación. ¿Qué es la representación? En principio ya se puede decir que no es el objeto A, es una metáfora del objeto A y está incompleto, contiene falta, no ha sido general.

La representación se transmite a través de palabras, imágenes, frases que no terminan por decirnos lo que es el objeto A. De aquí, parto al siguiente punto que enuncia el filósofo francés: el hombre no puede enunciar la realidad completa. Mismo punto aborda Nietzsche en su perspectiva de la enunciación : “Los diferentes lenguajes, comparados unos con otros, ponen en evidencia que con las palabras jamás se llega a la verdad ni a una expresión adecuada pues, en caso contrario, no habría tantos lenguajes.”[1] Es por ello que se supondría que hay algo más que palabras, algo que se queda innombrado, pero sigue siendo parte del objeto A. ¿Qué es aquello que no podemos nombrar, representar o evidenciar? Más allá de la pregunta ¿Podremos hablar de lo inefable? Podremos en la misma proporción en la que se habla del futuro, de teorías, de suposiciones; partiendo a través de un supuesto y nombrándolo analógicamente. Lévinas lo encierra en una palabra: la sombra.

Entramos en terreno difícil al atrevernos a hablar del absoluto, de aquellas rendijas que quedan en las imágenes o de los intersticios de las frases. Pero más dificultad encuentro yo el arrojo de Lévinas de afirmar que sí podemos tener un acercamiento a la sombra, que el paso del ser al no ser resuelto por Hegel se vuelve a presentar pero por otro camino. Ya no tendremos un enlace de la afirmación y la negación presente en la dialéctica Hegeliana porque en Lévinas no existe tal dicotomía; sin embargo nos habla de dos facetas separadas por una grieta, por un agujero abismal del que termina resolviendo la unión.

Semejantes condiciones del conocimiento se presentan en la psicología Freudiana. ¿No es acaso lo real inconsciente un semejante a las representaciones de Lévinas? Aquello cognoscible, el ser en sí se vuelve a presentar con distintas palabras y lo mismo ocurre con El Inconsciente, ese agujero, lo indeterminado, el vacío al que el Emmanuel le llama “la sombra”, y es posible continuar con estos paralelismos que tratan de enunciar el enigma de la realidad, lo irrepresentable, el Das Ding, el núcleo del yo, lo indeterminado, la nada, el vacío... ¿Entonces qué relevancia tiene el autor de “La Realidad y la Sombra”?

Sabiendo que existe un hueco entre ambas facetas, la sed del hombre llevó a Foucault a proponer una deconstrucción del saber, virar hacia lo que descartamos culturalmente, al saber irracional y dejar de abrazar dogmas. Así, el saber no discursivo sería aquel que se acercaría más al agujero, el discurso que Nietzsche lo incluiría en la moral de autoafirmación. Por ello es que Emmanuel Lévinas afirma que la deconstrucción del saber y la intuición o el saber irracional lo tenemos presentes entre los hombres, le ha puesto una ubicación: “El artista [...] dice lo inefable. La obra prolonga y supera la percepción vulgar.” [2] Un conocimiento que no se encuentra en el más allá de las Ideas Platónicas, sino en una verdad más cercana, como también diría Nietzsche: un más acá.

[1] Sobre verdad y mentira en sentido extramoral Tecnos, Madrid
[2] “La Realidad y su Sombra” Trota, Madrid

El amor Platónico

“Los que más han amado al hombre
le han hecho siempre el máximo daño.
Han exigido de él lo imposible,
como todos los amantes”
Friedrich Nietzsche


El tema tratado desde los griegos hasta el día de hoy ha dado pauta para ramificar conceptos y seguir bordeando la vivencia inapalabrable y sin embargo llamada: amor.

Me parece que el concepto que hemos heredado y adoptado es el fundado por el movimiento barroco: fuga de sensualidad, pasión, sentimiento desenfrenado; entonces la idea se cubre de colores que ahora llamamos pasionales y e rodea de ornamentos tiernos y a la vez exagerados para comunicar la analogía de “un pedacito de cielo”.

Por ello, al regresar a Platón se rompe la imagen rosa. Hoy un desencanto de la tendencia al rococó, para Platón el amor es una búsqueda de aquello que carecemos y anhelamos tener siempre (amar aquello que aún no está a disposición de uno es que uno tenga también en el futuro la conservación y mantenimiento de estas cualidades). Mitológicamente lo lleva al nacimiento de Eros en donde Penia, mendigando, se acuesta con Poros (su recurso). Ello explica la falta en el amor. Eros no es un dios, no es pleno; lo que Lacan explicaría diciendo que el amor siempre buscará un supuesto en el amado.

¿Qué es lo que se busca? Esta es la parte de la que no se puede hablar, por impotencia cognoscible y no por impotencia moral. En el otro se deposita nuestro Ideal, nuestro recurso faltante sin que el amado sepa cuál es, es más, sin que nosotros podamos saber cuál es. Por ello no hay simetría en el amor, porque la relación va del amante a su Ideal, ala Otro, mientras que el amado sirve como pretexto físico en quien encarnar esta expectativa.

Claro ejemplo de esta imposición y alabanza está en el joven Werther quien enaltece aparentemente a Carlota aunque ella no le corresponda “No hay palabras que puedan reproducir la ternura que rebosaba todo su ser y su expresión; cuanto yo te dijera sería pálido”[1]. Para Werther ese es su Ideal, y cada quien podrá encontrar ese recurso y “amor al otro” hasta que deje de existir esa falta en el amante; ¿hasta cuándo?

El amante no sabe cuál es su falta, mucho menos sabe cuál es la falta del otro, por ello alguien no puede convertirse artificialmente en Erógenos, ni el mismísimo Zeus pudo transformarse en recurso de Dafne “A mí me obedecen el país de Delfos, Claros, Tendeos y la regia Petara; yo tengo por padre a Júpiter, yo soy quien revela el porvenir, el pasado y el presente; por mí los cantos se ajustan al son de las cuerdas... ¡Ay de mí! Que el amor no puede curarse con ninguna hierba y no aprovechan a su dueño las artes que son útiles para todos”[2] Dafne tenía el recurso en ese momento que era la virginidad, Carlota tenía el recurso llamado Alberto y mientras sigan habiendo carencias y recursos en los seres humanos, seguirá existiendo lo que por conclusión se llama amor.

[1] Goethe "Las penas del joven Werther" Alianza Editorial Madrid: 1991 (30)
[2] Ovidio “Las metamorfosis” Porrúa. México: 1983 (12)