El peso de la mujer no alteraba la horizontal de la cama en dónde ella posaba. Se refugiaba en la esquina superior derecha, junto a la lámpara del buró. Esperaba, esperaba a que una intervención le cambiara su perspectiva. No tenía fuerza, era un soldado herido cansado de pelear en batalla larga al parecer sin obtener victoria, víctima de aquellas actividades en las que el cuerpo, la mente y la psique se desgastan hasta llegar al punto de la mediocridad reflejada en agotamiento. Ella estaba invadida de decepción, tristeza, decipio, decipere, deceptum.
La tonalidad del ambar demostró movimiento, compartió el estado de ánimo de aquél espectáculo; toda la atención se centraba en los amarillos que avivaban la habitación. Las fuerzas escaseaban y el alcance iluminatorio descendía su potencia lentamente. Daba la impresión que en cualquier momento perdería la fuente de energía. Casi al llegar a un punto muerto, el cuerpo alto y delgado hizo aparición en las penumbras irónicamente para encender el apagador y causar una impresión suficiente para que Delgnat se levantara y se fijara en él. No hubo sonido acústico, no hacía falta porque el pleito de las iluminaciones producía un escándalo mortal. El rango iluminatorio de 580 nm estuvo apunto de extinguirse de no ser por la operación femenina de cortar el paso del orígen de las sensaciones débiles, del diminuto sol.

Se agotaron las luchas, las llamas del incencio de aquél caos quedó apagado. Delgnat caminó hacia el cuerpo largo, lo abrazó y ambos salieron de la habitación. Olvidaron apagar la luz.